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jueves, 24 de agosto de 2017

ENCANTO por RAMIRO DEUS (prosa poética)



Esmeraldas que pasan a opalinos tonos de fondo y envuelven misterios. Tonos de un lago que refleja el enigma. Lago de altura escondido entre riscos,  en sí mismo y sobre el reflejo de ese misterio. Atrapado en ámbar, no se sabe desde cuándo, cuántos años, quizás segundos.
El ámbar, cielo de bóveda perfecta, su prisión. Dentro de este, en reposo, paciente, activo  (pasiva se encuentra ella como hechizo de un cuento en espera del príncipe), está su cuerpo hecho mariposa. Su alma retenida, de formas perfectas, sensibles a la ilusión.
Estrellas incrustadas en la bóveda, juegos de luces con patrones para romper el encanto, la llave de su escape.
Su guardia,  su protector a esta situación que la deja indefensa, tiene la seguridad y la certeza en su paciencia, mientras la sostiene con la gracia de un baile suave y armonioso con la juventud en sus rasgos.
Quizás es su madre, quizás un amante, quien la sostiene y espera que sea roto el encanto y se libere.
En él y sobre el hechizo, perdura.


RAMIRO DEUS

sábado, 19 de agosto de 2017

MIAU...TOBIOGRAFÍA por RAFAEL CARO

Esta es la biografía de un gato, en rigor a la verdad, de una gata.
Llegó a la casona de la familia que la adoptó con apenas un mes de vida. La bautizaron Mary. Era tan pequeña que cabía dentro de un pullover; le gustaba meterse allí para dormir mientras sacaba el hocico por la manga.
Tan pronto aprendió a caminar, Mary decidió explorar el mundo que habitaba. Antes de proseguir, es necesario aclarar que los gatos poseen un sistema de escritura. Este es un dato desconocido por los humanos que los adoptan; así como el hecho de que, en realidad, son los felinos los que adoptan a los humanos con quienes conviven.
Pues bien, Mary decidió usar su habilidad para escribir con sus garras sobre los sofás, cortinas y encima de cualquier otra superficie rasguñable. A continuación, estos son algunos fragmentos seleccionados del diario personal de Mary:

“Ya no quepo en la manga donde solía dormir tan a gusto; deberé buscar otro sitio para mis largas siestas. Mi cuerpo se vuelve más grande y debo emplear más tiempo en dejarlo limpio a fuerzas de lamidas por mi pata para acicalarme debidamente. El resto del día, vigilo a los seres que flotan en un recipiente lleno de agua. Los humanos que viven conmigo los llaman peces. Mi conjetura es que los alimentan y los mantienen prisioneros allí para servírmelos en una ocasión especial. Me relamo los bigotes pensando en su sabor. Apuesto que son deliciosos.”

El invierno arreciaba detrás de los ventanales que daban al patio trasero. Mary paseaba por sus dominios con serenidad y altivez. Ella era la suma sacerdotisa del templo en el que les permitía vivir a los humanos como una muestra de su misericordia. Después de unos días, decidió sacar sus garras para anotar lo siguiente sobre la superficie de un armario:

“El plato de leche que me ofrendan a diario, ahora se complementa con alimento sólido en forma de pequeños peces ¿Creerán acaso que no me doy cuenta de que son patéticas imitaciones de los peces en su prisión a la cual llaman pecera? Me pregunto hasta cuando deberé esperar que los sacrifiquen para mí.”

Tendida sobre un almohadón, Mary reposaba. Contempló embelesada el fuego de la chimenea con sus ojos zafiro. Le agradaba la calidez que le prodigaban las llamas.
 Un ruido detrás de los cristales del ventanal la obligó a ir a inspeccionar. Una criatura similar a ella la espiaba con total descaro. Se trataba de un gato negro, de mirada celeste quien, luego de quedarse quieto por un buen rato, la abandonó sin más para trepar por el árbol del patio.
Conmocionada por el encuentro, Mary se deslizó por la alfombra para garrapatear apresuradamente en las cortinas rojas:

“Hoy he visto, por primera vez, a uno de mis congéneres. Yo creía ser la única de mi especie en el mundo. Debo mencionar, sin embargo, que el Otro es de un pelaje nochérrimo, totalmente distinto al mío. Lo que más me inquietó fue su mirada: Sentí como si me asomara a un charco de agua estancada. Había algo extraño y terrible que me repelía y atraía al mismo tiempo. Debo encontrarme con el Otro. Surgen demasiadas dudas a consecuencia de esto.”

El clima se tornó más benigno, las flores del jardín filtraban su aroma dentro del santuario felino. Los ventanales se dejaban abiertos con mayor frecuencia. Mary anotó, furibunda, contra la pata de una silla:

“Cada día, las ceremonias de los humanos se repitieron con la misma escalofriante exactitud hasta la exasperación. Recién ahora me percaté del hecho de que nunca fui una sacerdotisa ni viví en un templo consagrado a mi condición divina ¡Todo el tiempo fui una prisionera! Yo, una vil reclusa. He descubierto que mi mundo tenía límites marcados por el perímetro de estas paredes. La vigilancia ha cedido, de modo que podré salir al exterior. Caí en la cuenta de que estoy tan atrapada como los peces de colores. Mi Bastilla es apenas de una escala un poco mayor a la de ellos ¿Qué me deparará allá afuera? Siento algo de temor pero debo salir; estoy dispuesta a correr el riesgo.”

Mary salió tan sigilosa como pudo. Se escabulló por el ventanal abierto. Sus patas tomaron contacto con el suelo húmedo. Al llegar a la mitad del patio, notó que el gato oscuro caminaba por una medianera. Él la miró. Ella le maulló:
-¿Quién sos?                                                          
-Alfred-respondió el felino ojiverde.
-Yo soy Mary ¿Qué hay más allá de la tapia?
-Hacés demasiadas preguntas. Hay cosas que uno debe averiguar por sí mismo.
El felino reanudó su andar sobre el muro.
-Esperá, por favor. Necesito saber ¿Hay más como nosotros?
-Debo irme. Será mejor que regresés ahora mismo, Mary.
Alfred se alejó con rapidez hasta desaparecer del campo visual de ella.
Los aspersores comenzaron a girar. Los chorros de agua buscaron el cuerpo blanquísimo de la gata. Ella, horrorizada, los esquivó con agilidad; corrió a buscar refugio dentro de la casona-prisión.
De vuelta en su encierro. Mary procedió a sacar sus agudos bolígrafos portátiles y anotó, esta vez sobre un tapizado de cuero:

“He dado con el Otro. El profanador dijo que su nombre era Alfred. No pude obtener más información. De hecho, se me plantearon muchos más interrogantes. Los sistemas de seguridad de este infame lugar se activaron, obligándome a regresar aquí. Sin embargo, mi fallida huida no fue un total fracaso. Atisbé la existencia de un universo entero más allá de las murallas del patio. Si tan sólo pudiera charlar más con Alfred. Haré guardia día y noche en la ventana que conecta con el patio. Los humanos cometerán un error de nuevo y con algo de suerte podré hallar de nuevo a Alfred. Mi intuición felina-femenina me dice que él debe vivir en las inmediaciones.”

Decidida, Mary vigilaba cada hora de cada día, entre las macetas de geranios. Sabía que algún humano sacaría las plantas afuera, tarde o temprano. Ella los veía hacerlo de cuando en cuando. Se armó de paciencia, pero el tiempo era algo que Mary siempre tuvo a su favor. La paciencia de un Buda y la determinación de un guerrero samurái eran comunes a toda su especie, aunque ella todavía lo ignoraba.
Con la fatalidad de todo lo que debe ocurrir, a Mary le llegó su oportunidad.
Al salir, se encontró con Alfred, quien se mantenía oculto entre unas azaleas. Permaneció quieto como una escultura de ébano.
-Te buscaba-ronroneó ella.
-Silencio. Escondéte y quedáte muy quieta.
Luego de un largo rato, él susurró:
-¿Ves ese agujero en la pared?
-Sí. ¿Acaso pretendés meterte por ahí? Es demasiado pequeño.
-No intento entrar. Aguardo a que algo salga de ahí. Mirá.
Un pequeño animal, feo y sucio asomó su hocico, husmeando el aire del patio.
-Agarrálo.
-¿Querés que toque esa alimaña tan desagradable?
-Es un ratón. Quiero que lo matés.
-¿Matarlo? ¿Para qué querría hacer eso?
-Para comerlo.
-En tus sueños. Tengo alimento exquisito a mi disposición, si así lo deseo.
-Creéme. Es mucho mejor la comida que uno atrapa.
-No sabría cómo hacerlo.
-El ratón saldrá. Cuando lo haga, no pensés.  Si no confiás en mí, confiá en tu instinto. Él te guiará en la cacería.
-Si lo logro, responderás a mis preguntas.
-Si eso ocurre, tus dudas desaparecerán.
-De acuerdo.
Mary se agazapó sobre el césped húmedo. Todo lo que había capturado durante su vida consistía en un ovillo de lana, el cual no había opuesto mucha resistencia que digamos.
El ratón cruzó el pasto como una pequeña flecha peluda. La gata saltó sobre él pero el ratón la eludió por poco. Ella no se rindió. Lo correteó y de un salto tan vertiginoso que nunca imaginó poder lograr, cayó sobre el desdichado roedor. Éste lanzó un chillido de terror y murió entre sus patas.
Mary jadeaba. Se sentía más viva que nunca.
-Excelente, aunque yo hubiera jugado un poco más con él antes de asesinarlo. Es más divertido-aseveró Alfred.
- Ahora quiero respuestas.
-Las respuestas están dentro tuyo, Mary. Siempre estuvieron allí.
Ella miró el iris verdoso, las pupilas verticales de Alfred. Ya no les parecían un estanque al que daba miedo arrojarse. Quiso precipitarse en ellos para siempre.
-¿Querés comerte al ratón?-indagó ella.
-Vos lo capturaste. Podés hacer con él lo que quieras.
Ella meditó un instante.
-Ya sé lo que debo hacer. Esperáme-le pidió Mary a Alfred-.Vuelvo enseguida.
Llevó a su víctima en sus fauces hasta la mullida cama de su carcelera. Colocó el cadáver del ratón sobre su almohada como símbolo de su poder e independencia.
Al volver de su andanza, sobre una cómoda de roble, ella dejó constancia por escrito de lo acaecido:

“He aprendido mucho hoy. La libertad siempre estuvo allí. Para mí, para todos. Hay que tener valor e ir por ella. Ahora sé que mis garras no existen con el único propósito de escribir. Mis uñas son katanas invencibles para enfrentarme a lo que sea que me espere detrás de la muralla.
Aprendí también que una cárcel, por más cómoda que sea, nunca dejará de ser eso: Una cárcel.
Esta es mi última anotación en este presidio.
Hasta nunca.                           
Mary.”

No hace falta ser el oráculo de Delfos para adivinar lo que sucedió. Mary salió corriendo en busca de Alfred, camino a la libertad.

Rafael Caro