Esta es la biografía de un gato, en
rigor a la verdad, de una gata.
Llegó a la casona de la familia que la adoptó
con apenas un mes de vida. La bautizaron Mary. Era tan pequeña que cabía dentro
de un pullover; le gustaba meterse allí para dormir mientras sacaba el hocico
por la manga.
Tan pronto aprendió a caminar, Mary
decidió explorar el mundo que habitaba. Antes de proseguir, es necesario
aclarar que los gatos poseen un sistema de escritura. Este es un dato
desconocido por los humanos que los adoptan; así como el hecho de que, en
realidad, son los felinos los que adoptan a los humanos con quienes conviven.
Pues bien, Mary decidió usar su
habilidad para escribir con sus garras sobre los sofás, cortinas y encima de
cualquier otra superficie rasguñable. A continuación, estos son algunos
fragmentos seleccionados del diario personal de Mary:
“Ya no quepo en la manga
donde solía dormir tan a gusto; deberé buscar otro sitio para mis largas
siestas. Mi cuerpo se vuelve más grande y debo emplear más tiempo en dejarlo
limpio a fuerzas de lamidas por mi pata para acicalarme debidamente. El resto
del día, vigilo a los seres que flotan en un recipiente lleno de agua. Los
humanos que viven conmigo los llaman peces. Mi conjetura es que los alimentan y
los mantienen prisioneros allí para servírmelos en una ocasión especial. Me
relamo los bigotes pensando en su sabor. Apuesto que son deliciosos.”
El invierno arreciaba detrás de los
ventanales que daban al patio trasero. Mary paseaba por sus dominios con
serenidad y altivez. Ella era la suma sacerdotisa del templo en el que les
permitía vivir a los humanos como una muestra de su misericordia. Después de
unos días, decidió sacar sus garras para anotar lo siguiente sobre la
superficie de un armario:
“El plato de leche que me
ofrendan a diario, ahora se complementa con alimento sólido en forma de
pequeños peces ¿Creerán acaso que no me doy cuenta de que son patéticas imitaciones
de los peces en su prisión a la cual llaman pecera? Me pregunto hasta cuando
deberé esperar que los sacrifiquen para mí.”
Tendida sobre un almohadón, Mary reposaba.
Contempló embelesada el fuego de la chimenea con sus ojos zafiro. Le agradaba
la calidez que le prodigaban las llamas.
Un
ruido detrás de los cristales del ventanal la obligó a ir a inspeccionar. Una
criatura similar a ella la espiaba con total descaro. Se trataba de un gato
negro, de mirada celeste quien, luego de quedarse quieto por un buen rato, la abandonó
sin más para trepar por el árbol del patio.
Conmocionada por el encuentro, Mary se
deslizó por la alfombra para garrapatear apresuradamente en las cortinas rojas:
“Hoy he visto, por primera
vez, a uno de mis congéneres. Yo creía ser la única de mi especie en el mundo.
Debo mencionar, sin embargo, que el Otro es de un pelaje nochérrimo, totalmente
distinto al mío. Lo que más me inquietó fue su mirada: Sentí como si me asomara
a un charco de agua estancada. Había algo extraño y terrible que me repelía y atraía
al mismo tiempo. Debo encontrarme con el Otro. Surgen demasiadas dudas a consecuencia
de esto.”
El clima se tornó más benigno, las
flores del jardín filtraban su aroma dentro del santuario felino. Los
ventanales se dejaban abiertos con mayor frecuencia. Mary anotó, furibunda,
contra la pata de una silla:
“Cada día, las ceremonias de
los humanos se repitieron con la misma escalofriante exactitud hasta la
exasperación. Recién ahora me percaté del hecho de que nunca fui una
sacerdotisa ni viví en un templo consagrado a mi condición divina ¡Todo el
tiempo fui una prisionera! Yo, una vil reclusa. He descubierto que mi mundo
tenía límites marcados por el perímetro de estas paredes. La vigilancia ha
cedido, de modo que podré salir al exterior. Caí en la cuenta de que estoy tan
atrapada como los peces de colores. Mi Bastilla es apenas de una escala un poco
mayor a la de ellos ¿Qué me deparará allá afuera? Siento algo de temor pero
debo salir; estoy dispuesta a correr el riesgo.”
Mary salió tan sigilosa como pudo. Se
escabulló por el ventanal abierto. Sus patas tomaron contacto con el suelo
húmedo. Al llegar a la mitad del patio, notó que el gato oscuro caminaba por
una medianera. Él la miró. Ella le maulló:
-¿Quién sos?
-Alfred-respondió el felino ojiverde.
-Yo soy Mary ¿Qué hay más allá de la
tapia?
-Hacés demasiadas preguntas. Hay cosas
que uno debe averiguar por sí mismo.
El felino reanudó su andar sobre el
muro.
-Esperá, por favor. Necesito saber ¿Hay
más como nosotros?
-Debo irme. Será mejor que regresés
ahora mismo, Mary.
Alfred se alejó con rapidez hasta
desaparecer del campo visual de ella.
Los aspersores comenzaron a girar. Los
chorros de agua buscaron el cuerpo blanquísimo de la gata. Ella, horrorizada, los
esquivó con agilidad; corrió a buscar refugio dentro de la casona-prisión.
De vuelta en su encierro. Mary procedió
a sacar sus agudos bolígrafos portátiles y anotó, esta vez sobre un tapizado de
cuero:
“He
dado con el Otro. El profanador dijo que su nombre era Alfred. No pude obtener
más información. De hecho, se me plantearon muchos más interrogantes. Los
sistemas de seguridad de este infame lugar se activaron, obligándome a regresar
aquí. Sin embargo, mi fallida huida no fue un total fracaso. Atisbé la
existencia de un universo entero más allá de las murallas del patio. Si tan
sólo pudiera charlar más con Alfred. Haré guardia día y noche en la ventana que
conecta con el patio. Los humanos cometerán un error de nuevo y con algo de
suerte podré hallar de nuevo a Alfred. Mi intuición felina-femenina me dice que
él debe vivir en las inmediaciones.”
Decidida, Mary vigilaba cada hora de
cada día, entre las macetas de geranios. Sabía que algún humano sacaría las
plantas afuera, tarde o temprano. Ella los veía hacerlo de cuando en cuando. Se
armó de paciencia, pero el tiempo era algo que Mary siempre tuvo a su favor. La
paciencia de un Buda y la determinación de un guerrero samurái eran comunes a
toda su especie, aunque ella todavía lo ignoraba.
Con la fatalidad de todo lo que debe
ocurrir, a Mary le llegó su oportunidad.
Al salir, se encontró con Alfred, quien
se mantenía oculto entre unas azaleas. Permaneció quieto como una escultura de
ébano.
-Te buscaba-ronroneó ella.
-Silencio. Escondéte y quedáte muy
quieta.
Luego de un largo rato, él susurró:
-¿Ves ese agujero en la pared?
-Sí. ¿Acaso pretendés meterte por ahí?
Es demasiado pequeño.
-No intento entrar. Aguardo a que algo
salga de ahí. Mirá.
Un pequeño animal, feo y sucio asomó su
hocico, husmeando el aire del patio.
-Agarrálo.
-¿Querés que toque esa alimaña tan
desagradable?
-Es un ratón. Quiero que lo matés.
-¿Matarlo? ¿Para qué querría hacer eso?
-Para comerlo.
-En tus sueños. Tengo alimento exquisito
a mi disposición, si así lo deseo.
-Creéme. Es mucho mejor la comida que
uno atrapa.
-No sabría cómo hacerlo.
-El ratón saldrá. Cuando lo haga, no
pensés. Si no confiás en mí, confiá en
tu instinto. Él te guiará en la cacería.
-Si lo logro, responderás a mis
preguntas.
-Si eso ocurre, tus dudas desaparecerán.
-De acuerdo.
Mary se agazapó sobre el
césped húmedo. Todo lo que había capturado durante su vida consistía en un
ovillo de lana, el cual no había opuesto mucha resistencia que digamos.
El ratón cruzó el pasto como una pequeña
flecha peluda. La gata saltó sobre él pero el ratón la eludió por poco. Ella no
se rindió. Lo correteó y de un salto tan vertiginoso que nunca imaginó poder lograr,
cayó sobre el desdichado roedor. Éste lanzó un chillido de terror y murió entre
sus patas.
Mary jadeaba. Se sentía más viva que
nunca.
-Excelente, aunque yo hubiera jugado un
poco más con él antes de asesinarlo. Es más divertido-aseveró Alfred.
- Ahora quiero respuestas.
-Las respuestas están dentro tuyo, Mary.
Siempre estuvieron allí.
Ella miró el iris verdoso, las pupilas
verticales de Alfred. Ya no les parecían un estanque al que daba miedo
arrojarse. Quiso precipitarse en ellos para siempre.
-¿Querés comerte al ratón?-indagó ella.
-Vos lo capturaste. Podés hacer con él lo
que quieras.
Ella meditó un instante.
-Ya sé lo que debo hacer. Esperáme-le
pidió Mary a Alfred-.Vuelvo enseguida.
Llevó a su víctima en sus fauces hasta
la mullida cama de su carcelera. Colocó el cadáver del ratón sobre su almohada
como símbolo de su poder e independencia.
Al volver de su andanza, sobre una
cómoda de roble, ella dejó constancia por escrito de lo acaecido:
“He aprendido mucho hoy. La
libertad siempre estuvo allí. Para mí, para todos. Hay que tener valor e ir por
ella. Ahora sé que mis garras no existen con el único propósito de escribir.
Mis uñas son katanas invencibles para enfrentarme a lo que sea que me espere
detrás de la muralla.
Aprendí también que una
cárcel, por más cómoda que sea, nunca dejará de ser eso: Una cárcel.
Esta es mi última anotación
en este presidio.
Hasta nunca.
Mary.”
No hace falta ser el oráculo de Delfos
para adivinar lo que sucedió. Mary salió corriendo en busca de Alfred, camino a
la libertad.
Rafael Caro